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. viernes, 10 de octubre de 2008
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Después de diez años, Videla perdió la prisión domiciliaria y fue llevado a Campo de Mayo

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El juez Oyarbide le quitó el beneficio que tenía desde hacía una década. Es por la causa en la que el ex dictador, de 83 años, está procesado por el robo de bebés durante la dictadura. Según argumentó el magistrado, la cárcel del predio militar "cuenta con el equipamiento, la infraestructura y el personal necesario" para atender cualquier emergencia médica. FotosVideosDefiniciones y momentos de un genocida. Por Franco Torchia

EX DICTADOR. El militar en una foto de agosto de 2007, cuando debió hacer frente a un tribunal. Esa fue una de sus últimas apariciones. (DyN)

Después de diez años, Jorge Rafael Videla dejó hoy el departamento de la avenida Cabildo al 600 que ofició de prisión domiciliaria en las múltiples causas en trámite por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura. Fue trasladado esta tarde a Campo de Mayo, por decisión del juez Norberto Oyarbide.

El magistrado le revocó el beneficio en el marco de la causa que lo investiga como presunto responsable de un plan sistemático de robo de bebés durante la última dictadura militar.

Oyarbide dispuso que el ex dictador cumpla a partir de ahora prisión preventiva bajo custodia del Servicio Penitenciario Federal (SPF) en la Unidad 34, ubicada en el predio de Campo de Mayo, donde ya hay detenidos otros militares acusados de delitos de lesa humanidad.

Según el juez, esa dependencia "cuenta con el equipamiento, la infraestructura y el personal necesarios" para atender cualquier emergencia médica que pudiera sufrir el imputado.

Sucede que Videla cumplió en agosto pasado 83 años. Desde hacía diez que estaba recluido en su departamento por ser mayor de 70 años. Antes, había pasado durante 40 días por la cárcel de Caseros. Y se pueden contar los cinco años que estuvo preso por la condena a prisión perpetua del histórico juicio a las juntas militares de mediados de los 80.

Videla fue indultado en tres expedientes judiciales distintos: en ese de 1985, conocido como causa 13; en otro por el secuestro de dos empresarios, y en otro sobre la privación ilegal de la libertad del propio Carlos Menem. La Corte Suprema anuló la vigencia de los indultos el año pasado.

Además, el ex dictador tiene abiertas otras causas que no estuvieron comprendidas en los indultos de Menem porque se iniciaron después. Además de la del plan sistemático de robo de bebés está la vinculada con el Plan Cóndor.

Cada 48 horas, se denuncia la desaparición de un menor

. domingo, 5 de octubre de 2008
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Las mujeres adolescentes son las más involucradas. Desde el Juzgado de Menores admiten que falta una mayor estructura para atender los casos más graves. La mayoría se resuelve a la brevedad

Se­gún da­tos pro­por­cio­na­dos por el Juz­ga­do de Me­no­res de Río Cuar­to, ca­da dos días de­sa­pa­re­ce un ni­ño o ado­les­cen­te de su ho­gar aun­que hay se­ma­nas en las que se re­gis­tra un pro­me­dio de has­ta un ca­so por día.
Los he­chos se re­suel­ven, en su ma­yo­ría, a las po­cas ho­ras de efec­tuar­se la de­nun­cia por par­te de los pa­dres.
Son las mu­je­res, de en­tre 15 y 19 años, quie­nes ocu­pan el más al­to por­cen­ta­je en los ín­di­ces ofi­cia­les por la fu­ga del en­tor­no fa­mi­liar. Las cau­sas pue­den ser múl­ti­ples, pe­ro pre­do­mi­nan el mal­tra­to, la no acep­ta­ción de lí­mi­tes y la ne­ga­ción por par­te de los pro­ge­ni­to­res a ad­mi­tir un no­viaz­go de la me­nor.
Las de­nun­cias no siem­pre se pro­du­cen de for­ma in­me­dia­ta al mo­men­to en que se ad­vier­te la fal­ta del me­nor. Al­gu­nas se re­cep­tan va­rios días des­pués del he­cho por­que los pa­dres creen co­no­cer las cau­sas y has­ta los po­si­bles lu­ga­res don­de se en­con­tra­ría su hi­jo.
Una vez efec­tua­das las pre­sen­ta­cio­nes, el Juz­ga­do da par­ti­ci­pa­ción a la Di­vi­sión Ju­ve­ni­les de la Uni­dad De­par­ta­men­tal y se ini­cia una bús­que­da de pa­ra­de­ro a tra­vés de los me­dios de co­mu­ni­ca­ción.
Ade­más, los fun­cio­na­rios ju­di­cia­les no­ti­fi­can los da­tos que ca­rac­te­ri­zan al me­nor y su fo­to­gra­fía a or­ga­nis­mos na­cio­na­les e ins­ti­tu­cio­nes re­la­cio­na­das al fla­ge­lo, co­mo Mis­sing Chil­drens.
Cuan­do se sos­pe­cha so­bre la pre­sen­cia de un he­cho de­lic­ti­vo vin­cu­la­do a la au­sen­cia de los chi­cos, o exis­ten se­ve­ras di­fi­cul­ta­des pa­ra su ha­llaz­go, se da in­ter­ven­ción al fis­cal de tur­no.
Ac­tual­men­te, exis­te una de­ses­pe­ra­da bús­que­da por Ni­co­lás Sa­be­na –que ya cum­plió la ma­yo­ría de edad–, quien de­sa­pa­re­ció de su ho­gar hace va­rias se­ma­nas y aún no hay da­tos cer­te­ros so­bre su pa­ra­de­ro. Has­ta se es­pe­cu­ló con un pre­sun­to se­cues­tro pe­ro la ver­sión fue de­ses­ti­ma­da por el fis­cal Wal­ter Guz­mán, a car­go de la in­ves­ti­ga­ción.
El juez de Me­no­res, doc­tor Jo­sé Va­re­la Geu­na, des­ta­có en diá­lo­go con PUN­TAL que “ge­ne­ral­men­te el ori­gen de las fu­gas son dis­cu­sio­nes con los pa­dres o re­la­cio­nes sen­ti­men­ta­les no acep­ta­das”.



Dro­ga



Las adic­cio­nes tam­bién pue­den ac­tuar co­mo un de­to­nan­te pa­ra la vo­lun­tad de es­ca­par por par­te de los jó­ve­nes.
“En­con­tra­mos si­tua­cio­nes de ca­pri­chos ado­les­cen­tes, mal­tra­tos fí­si­cos o psi­co­ló­gi­cos. Al­gu­nos ca­sos pue­den re­sul­tar gra­ves, aun­que son mi­no­ri­ta­rios. La de­ci­sión de ir­se de sus ca­sas pue­de es­tar li­ga­do a un efec­to con­ta­gio por la ac­ti­tud de sus pa­res o pue­de en­ten­der­se co­mo una ex­pre­sión del ado­les­cen­te de hoy. Han cam­bia­do no­ta­ble­men­te en los úl­ti­mos años los fac­to­res de con­vi­ven­cia, los va­lo­res y el sen­ti­do del res­pe­to”, con­si­de­ró.
Los ca­sos que se ju­di­cia­li­zan per­te­ne­cen a los sec­to­res me­dios y ba­jos. La pro­ble­má­ti­ca se ex­tien­de a to­dos los núcleos so­cia­les pe­ro, en las cla­ses me­dias al­tas y al­tas, se evi­ta el con­tac­to con la Jus­ti­cia.
Va­re­la Geu­na ad­mi­tió que las dra­má­ti­cas pér­di­das de los pri­mi­tos No­rie­ga, Lo­re­na, Ma­ría Lau­ra Man­si­lla, Mi­cae­la Ávi­la o Ale­jan­dro Flo­res pro­vo­có una es­pe­cial sen­si­bi­li­dad en los rio­cuar­ten­ses an­te la de­sa­pa­ri­ción de un ni­ño.
Sin em­bar­go, los pa­dres que pa­de­cie­ron la fal­ta de sus hi­jos en la ciu­dad y en otros lu­ga­res del país ad­vir­tie­ron so­bre la fal­ta de re­cur­sos del Es­ta­do pa­ra co­la­bo­rar en la bús­que­da cuan­do la si­tua­ción se ex­tien­de por me­ses y años.
El fun­cio­na­rio ju­di­cial coin­ci­dió en que “el Es­ta­do no es­tá pre­pa­ra­do para la mag­ni­tud que tie­ne el pro­ble­ma a ni­vel na­cio­nal”.
“Hay mu­chos es­fuer­zos in­di­vi­dua­les pe­ro fal­ta una ma­yor es­truc­tu­ra ins­ti­tu­cio­nal pa­ra afron­tar el con­flic­to. Hoy la tec­no­lo­gía per­mi­te na­cio­na­li­zar in­me­dia­ta­men­te la bús­que­da pe­ro se ne­ce­si­tan ma­yo­res re­cur­sos pa­ra ha­cer­la más efec­ti­va”, su­bra­yó.

Video y memoria: Berta, una historia sencilla

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Un video testimonial de la Universidad de Río Cuarto retomó la vida de Berta Perassi, en un homenaje a los desaparecidos por la dictadura.

Mi­ni su­per­cor­ta, ta­cos al­tos y una car­te­ri­ta al hom­bro. Fi­je­mos la ima­gen. Ber­ta Pe­ras­si, re­cién sa­li­da del se­cun­da­rio de mon­jas, ha­ce pie en la Uni­ver­si­dad de San Luis don­de lle­ga con el pro­pó­si­to de lo­grar el tí­tu­lo de psi­có­lo­ga.
Son los se­ten­ta. La uni­ver­si­dad es mu­cho más que una es­ca­le­ra al di­plo­ma y ella es­tá a pun­to de sa­ber­lo. Tan be­lla, tan vis­to­sa, y tan de­so­rien­ta­da co­mo ella, Ber­ta en­cuen­tra a una la­de­ra.


“Es­tába­mos las dos im­pe­ca­bles, pa­ra­di­tas ahí, fren­te a una mul­ti­tud de chi­cos de jeans y za­pa­ti­llas, mi­li­tan­tes de dis­tin­tas co­rrien­tes, to­dos lis­tos pa­ra cap­tar­nos po­lí­ti­ca­men­te”, evo­ca mu­chos años des­pués No­ra Lla­ver des­de el mis­mo pu­pi­tre de aque­lla uni­ver­si­dad.
No pa­só mu­cho an­tes de que las dos chi­cas lle­ga­das del in­te­rior pro­fun­do -Ber­ta de Co­ro­nel Mol­des, No­ra de un pue­bli­to men­do­ci­no- em­pe­za­ran a in­ver­tir el or­den de sus prio­ri­da­des. Si lle­ga­ron con la idea de re­ci­bir­se cuan­to an­tes, aho­ra eso que­da le­jos, en un se­gun­do pla­no, ab­sor­bi­das co­mo es­tán en la uto­pía de cam­biar una rea­li­dad que les due­le.
El mo­men­to com­par­ti­do fue eso, ape­nas un pe­da­ci­to de vi­da.


En el ‘73 Ber­ta vuel­ve pa­ra se­guir sus es­tu­dios y su mi­li­tan­cia en la Uni­ver­si­dad de Río Cuar­to. De nue­vo, el ca­mi­no al di­plo­ma em­pie­za a des­di­bu­jar­se por las ur­gen­cias. Ar­ma­da has­ta los dien­tes con lá­piz y pa­pel, em­pie­za a tra­ji­nar las ca­lles pa­vo­ro­sas del ba­rrio Acor­deón has­ta con­ver­tir­se en una más.
No es la úni­ca, en ca­da rin­cón don­de la po­bre­za as­fi­xia hay al­guien dis­pues­to a al­fa­be­ti­zar a los que nun­ca pa­sa­ron por una es­cue­la. Pa­sa en Río Cuar­to co­mo en to­do el país. Pe­ro de pron­to pa­sa me­nos, por­que ese re­gi­mien­to de chi­cos y chi­cas que bus­can des­per­tar en­tre los po­bres la con­cien­cia de que son per­so­nas con de­re­chos co­mo cual­quie­ra em­pie­za a ser vis­to co­mo una pie­dra en el za­pa­to.


Sus com­pa­ñe­ros sa­ben que a Ber­ta Pe­ras­si no le que­da mu­cho mar­gen de ac­ción en El Acor­deón. Las mu­je­res gol­pea­das que en­con­tra­ban en ella una pa­la­bra de alien­to, los hom­bres de ma­nos cur­ti­das que apren­die­ron de esa fla­qui­ta los ru­di­men­tos del lá­piz no en­tien­den por qué, de un día pa­ra el otro, ella tie­ne que de­jar to­do y huir ha­cia Cór­do­ba.
Los tiem­pos se pre­ci­pi­tan.
Cur­ti­da en la mi­li­tan­cia, se con­vier­te en de­le­ga­da gre­mial en la fá­bri­ca de ga­lle­ti­tas Lía. Se ti­ñe el ca­be­llo, se vuel­ve ca­si irre­co­no­ci­ble.
Por mu­chos años esas se­rán sus úl­ti­mas imá­ge­nes. Su fa­mi­lia en Mol­des no sa­brá na­da de ella. Un la­di­no ru­mor los ha­ce afe­rrar­se a la es­pe­ran­za: “Ber­ta es­tá vi­va, y en Mé­xi­co”.


Pe­ro el pa­so del tiem­po y la fal­ta de no­ti­cias les ha­ce pre­su­mir lo peor.
Hoy, se sa­be que Ber­ta fue par­te de las 2.500 per­so­nas que fue­ron de­sa­pa­re­ci­das en el cam­po de con­cen­tra­ción de La Per­la.
Su bio­gra­fía per­ma­ne­ció ig­no­ra­da has­ta ha­ce po­co cuan­do un ex no­vio exi­lia­do en Gi­ne­bra, Sui­za, se pro­pu­so res­ca­tar­la.



Da­vid An­den­mat­ten, quien tam­bién fue su com­pa­ñe­ro de mi­li­tan­cia, in­ves­ti­gó sus úl­ti­mos días, los de su de­sa­pa­ri­ción, y acer­có esa in­for­ma­ción a la Jus­ti­cia cor­do­be­sa.
Jun­to con otros, tam­bién lo­gró que el ba­rrio don­de ella en­se­ñó a leer y a es­cri­bir le de­di­ca­ra una ca­lle a su nom­bre.
Eso pa­só en no­viem­bre del año pa­sa­do y fue el ini­cio de lo que ven­dría des­pués. Los chi­cos de la es­cue­la del ba­rrio Las De­li­cias, de tan­to pa­sar por esa ca­lle de nom­bre ex­tra­ño, le pre­gun­ta­ron a la maes­tra quién era esa tal Ber­ta Pe­ras­si. La maes­tra les con­tó lo que sa­bía y esos chi­cos de­ci­die­ron que el me­jor ho­me­na­je que po­dían ha­cer­le era es­cri­bir­les una car­ta a su fa­mi­lia. Así fue co­mo el bu­zón de los Pe­ras­si se lle­nó de men­sa­jes que, ca­si inex­pli­ca­ble­men­te, atra­ve­sa­ron el tiem­po.


“Es una de las me­jo­res co­sas que pu­do ha­ber pa­sa­do”, di­ce An­den­mat­ten, el “sui­zo” que ya se es­tá acos­tum­bran­do a vi­si­tar Río Cuar­to ca­da vez más se­gui­do.
La sen­ci­lla his­to­ria de mi­li­tan­cia de Ber­ta -tan in­ten­sa y has­ta ha­ce po­co tan anó­ni­ma co­mo la de mi­les de com­pa­trio­tas- em­pe­zó a aflo­rar y a cre­cer.
Hoy tam­bién tie­ne for­ma de vi­deo. Se lla­ma “Al­go ha­brá he­cho”. Fue idea­do por Eduar­do Agui­rre, la mis­ma tar­de en que Pe­ras­si em­pe­zó a guiar des­de un no­men­cla­dor a los re­mi­ses y ta­xis­tas que lle­ga­ban a Las De­li­cias.


Des­pués de ocho me­ses de tra­ba­jo, el de­par­ta­men­to au­dio­vi­sual de la Uni­ver­si­dad Na­cio­nal de Río Cuar­to ter­mi­nó de dar­le for­ma y lo es­tre­nó la no­che del miér­co­les.
Fue, cla­ro es­tá, en la ca­lle Ber­ta Pe­ras­si, en la ve­ci­nal del ba­rrio de don­de nun­ca de­bie­ron ha­ber­la echa­do, y es­tu­vie­ron los vie­jos jó­ve­nes de aque­lla épo­ca.
No­ra Lla­ver -la fla­qui­ta de mi­ni­fal­das de la fa­cul­tad de psi­co­lo­gía- hoy, a sus 56 años y due­ña de una se­re­na be­lle­za, no ar­chi­vó su an­ti­guo sue­ño: “Pa­ra mí, la me­mo­ria tie­ne que ser­vir pa­ra mul­ti­pli­car. La lu­cha de to­dos aque­llos que ya no es­tán ten­dría que cris­ta­li­zar en or­ga­ni­za­ción, en pro­fun­di­za­ción de la de­mo­cra­cia -di­ce-. To­da­vía nos fal­ta mu­chí­si­mo: nos fal­tan pi­bes y pi­bas que pue­dan pen­sar crí­ti­ca­men­te. Es­te es un ho­me­na­je a Ber­ta y tam­bién es una po­si­bi­li­dad de se­guir sem­bran­do”.


Tam­bién se la ve a Gra­cie­la Ochoa, com­pin­che de la ni­ñez de pue­blo. “Pa­ra mí es­to es el res­ca­te no só­lo de una bue­na per­so­na si­no de al­guien que tu­vo un com­pro­mi­so po­lí­ti­co y bus­có cam­biar las co­sas. Hay dis­tin­tas for­mas de ha­cer la his­to­ria. Se pue­de es­cri­bir “La Gran His­to­ria”, el gran re­la­to, o co­mo ocu­rre hoy, res­ca­tar la es­ce­na y lo que nos sor­pren­de de esa es­ce­na”.




Ale­jan­dro Fa­ra
afa­ra­@pun­tal­.co­m.ar

TATUADORES DEBERAN REGISTRARSE

. miércoles, 1 de octubre de 2008
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Agencia Télam

Córdoba. La norma que regula la actividad de quienes realizan tatuajes y body-piercing comenzó a regir ayer en Córdoba, por lo que estos trabajadores deberán contar con certificado habilitante.

Los cursos de capacitación comenzaron a desarrollarse desde ayer en el Servicio de Dermatología del Hospital Pediátrico del Niño Jesús, en la capital de Córdoba, y están destinados a todos los tatuadores y afines que realizan actividades sobre el cuerpo humano.

Profesionales de la salud y abogados ofrecen cursos sobre anatomía y fisiología, primeros auxilios, higiene y responsabilidad civil y penal. Los tatuadores deberán aprobar un examen final para recibir un certificado y ejercer la profesión en toda la provincia.